

EL FESTIVAL AKITA KANTO MATSURI (3 DE AGOSTO DE 2010)
La ciudad de Akita se encuentra a unas 4 horas en tren bala de Tokio y debe gran parte de su fama al Akita Kanto Matsuri, un festival que se celebra cada año del 3 al 6 de agosto. Junto con el Aomori Nebuta y el Sendai Tanabata forma parte de los 3 grandes festivales de la región de Tohoku y viene celebrándose desde principios del siglo XIX para pedir que las cosechas del próximo año sean buenas y abundantes (principalmente de arroz, motor económico de la región). Akita también es conocida por ser la cuna de las Akita bijin, las mujeres con la piel más blanca de Japón, de caras redondeadas y voz alta, lo que las convierte en las más bellas y deseadas por los japoneses. La verdad es que no me ha parecido ver a ninguna bijin durante mi estancia en Akita, aunque tampoco me he fijado mucho.
Cogimos el Shinkansen Komachi 15 de las 12:38 en Sendai (donde pasamos la noche y comimos la especialidad de la ciudad: lengua de vaca), llegando a Akita a las 15:02. El tren va a tope y si no llegamos a coger los billetes el día que llegamos a Japón nos quedamos sin asiento. Destacar que partir de Morioka el tren bala se adentra en un paisaje montañoso efectuando un recorrido muy sinuoso para tratarse de un shinkansen. En Akita, la sensación de bochorno es mínima y se puede ir tranquilamente en manga corta y no sudar en todo el día, una novedad en las casi dos semanas que llevamos por Japón. Ya tocaba una noche fresca. La ración diaria de Pocari Sweat será muy inferior a la de cualquier otro día. Cogemos un taxi al hotel E-Akita. Dejamos las maletas y nos vamos a comer algo. El hotel está a 200 metros de donde se celebra el festival. En el extremo de la avenida y cruzando un puente encontramos una serie de puestos callejeros en los que venden comida. Son más de las cuatro de la tarde y estamos hambrientos. Unos fideos y unos yakitori son nuestra elección, junto con una cerveza Asahi. Antes de salir vemos un punto de información del festival. Nadie de los de allí habla ni jota de inglés. Me compro una guía visual del festival por 300 yenes y me regalan un póster del festival (perfecto para colgarlo en Xavi Fernández Viajes). No llegará a colgarse en ningún sitio ya que después de ir con él con sumo cuidado durante los siguientes 9 días, se nos quedará el último día olvidado en el taxi del hotel a la estación de Tokyo. Mala suerte. Conociendo a los japoneses, seguro que lo guardan en algún sitio esperando que vaya a recogerlo. El día que volvamos a Tokio lo averiguaremos.
Más de 1 millón largo de personas acuden cada año a presenciar las impresionantes habilidades de los participantes con los famosos ‘kantos’. Y digo impresionantes cómo podría decir alucinantes, extraordinarias, sensacionales, etc… Cualquier adjetivo se quedará corto para describir las virguerías que uno puede presenciar a menos de un metro de nuestros ojos desorbitados ante el espectáculo que uno tiene enfrente. Vayamos por partes. Un kanto es una rama vertical de bambú a la que se le atan horizontalmente otras ramas de bambú más pequeñas, en las que se cuelgan los típicos farolillos japoneses (lámparas de 3 formatos diferentes según el tamaño del kanto) llevando dentro una vela encendida. Es una espiga de trigo en formato gigante. Hay cuatro medidas diferentes de kanto y dependiendo de la edad y de las habilidades de cado uno, se usa una u otra. Los más pequeños (niños de unos 8 años) levantan los kantos Yowaka, formados por unas 24 linternas y de unos 5 kilos de peso. Los adultos levantan el kanto owaka, que lleva 46 lámparas y de unas dimensiones brutales: 12 metros de alto (como mínimo) y unos 50 kilos de peso. Y digo como mínimo porque lo normal es que les añadan una o varias extensiones de más o menos 1 metro, llevando al kanto a di
mensiones de otro planeta: 18 metros y 60 kilos de peso. Una barbaridad. Hay que verlo para creerlo.
Hacia las 17:30 de la tarde vamos a coger sitio. La mayor parte del recorrido ya está reservado: sillas, cinta adhesiva, toallas, plásticos, mantas, etc. Cualquier cosa sirve para marcar un espacio. La gente local viene muy preparada. Se nota que la experiencia es un grado. Los dos finales de la avenida son los mejores sitios pero están a tope. Andamos un poco por la avenida y conseguimos un hueco en la primera fila, justo delante donde la policía local tiene montada la base de operaciones. Unos ‘frikis’ de cuidado. A la hora de cuadrarse y hacer el saludo, hay tal descoordinación que nos partimos de risa. Cogemos las toallas que llevamos en la mochila y las usamos de cojín para amortiguar la dureza de las baldosas de la calle. A las 18:15 cortan el tránsito y empiezan a aparecer vehículos con sillas y bancos. En 15 minutos han colocado una hilera de sillas delante de las gradas de la mediana que separa los dos lados donde se celebra el festival y también bancos en todos los cruces de la avenida. La coordinación es perfecta. A las 18:45 abren el acceso a las gradas y un enjambre de japoneses toma sitio. En 10 minutos está todo ocupado. Una invasión pacífica ha tomado el centro de Akita. Hacia las 19:00 se empiezan a oír tambores por los alrededores. Van apareciendo las formaciones llevando horizontalmente los diferentes kantos. Les acompaña una mini furgoneta con un enorme tambor y las comparsas con las flautas. El ambiente se va caldeando y la noche ya ha caído. Faltan menos de 5 minutos para que de comienzo el festival. La expectación es máxima.
Las diferentes agrupaciones visten de manera igual: yukata, pantalón corto, calcetines blancos y hachimaki (banda) en la cabeza. Sólo se diferencian entre ellas por ser de distintos colores y llevar diferenes emblemas. A las 19:30 horas suena un silbato y absolutamente todas las formaciones levantan los kantos a la vez. ¡Uaaau! Los tambores y las flautas suenan a todo volumen. La escena es absolutamente mágica y la música hipnotizadora. Im-pre-sio-nan-te. Más de 250 kantos y cerca de 10.000 lámparas iluminan la calle. Es una imagen inolvidable. Absolutamente sobrecogedora, incluso mágica. Nuestros ojos van de izquierda a derecha y de arriba abajo. Vaya espectáculo. La gente canta algo así cómo ‘dokkoisho, dokkoisho’ y los miembros de cada equipo se apoyan dándose instrucciones y ánimos. El balanceo de los kantos y sus luces dibujadas en el cielo hacen el resto. Que maravilla.
Hay
cuatro técnicas diferentes de sostener el kanto: con la palma de la mano, con la cadera, con el hombro y con la frente. Para mí la más complicada es la de la cadera. Los más expertos se pasan el kanto de una parte del cuerpo a otra con una facilidad asombrosa. Cada pocos minutos el kanto pasa de un miembro a otro, sin que toque el suelo. Los tambores y las flautas suenan sin descanso. La música fluye sola. La banda sonora que acompaña el espectáculo es pegadiza. Te hace vibrar. Las caras de asombro de los asistentes a lo largo de la calle son lo normal, incluyendo las nuestras, desde luego. Aproximadamente cada 25 minutos suena el silbato y hay un breve descanso. Las formaciones avanzan, permitiendo ver a otras agrupaciones sin moverte del sitio. De vez en cuando se ve caer algún kanto, que a su vez puede provocar la caída de otros kantos. Caen en la calle donde están los participantes o encima del público. El único peligro es que la cera del interior de los farolillos te caiga encima y te queme.
Ver a estos tíos (y también a los niños) hacer malabarismos con semejante objeto es sencillamente alucinante. No tengo palabras para describir lo que estoy viendo (y viviendo). Para hacerlo más complicado utilizan dos recursos ‘extras’: el primero sería que añaden unas extensiones tubulares de más o menos un metro de longitud, que colocan en la parte inferior para darle más altura al kanto (llegando a poner, de uno en uno, hasta 4 tubos, sin que el kanto toque el suelo) y provocando que el inmenso kanto se curve estratosfericamente. Yo diría que se van hasta los 18 metros de altura y con una curvatura que ya querría para sí un arquero profesional. El kanto llega a rozar el cielo. El otro recurso para hacer más difícil lo imposible, es que algunos de los participantes son capaces de al mismo tiempo que aguantan el kanto, tener en una mano un paraguas abierto que hacen girar y en la otra mano, un abanico que también mueven a su aire. La técnica y el dominio de estos tíos con el kanto es de otro planeta. ¿Cómo puede uno aguantar un palo de 50 o 60 kilos medio curvado con la cadera? Si no lo ves, no te lo crees. Y además moviéndote en pequeños pasos en ambas direcciones para poder equilibrarlo ya que lógicamente el kanto no permanece inmóvil. Y sin poder usar las manos. Brutal. Estos tíos son unos superhéroes, yo los llamaría los kantoman.
Despué
s del tercer silbato se acaba la exhibición y se invita a los todos los alucinados espectadores a intentar emular las habilidades de los kantoman. Han sido 90 minutos impresionantes. Nos mezclamos con la gente y con las diferente agrupaciones. Nos regalan un par de cervezas y nos animan a probar suerte con un kanto de los grandes. Me quito la mochila y la cámara de fotos. Agarro el kanto con las dos manos e intento levantarlo del suelo con las dos manos. Apenas se levanta unos centímetros. Es imposible. Uno de los participantes me ayuda a sostenerlo y lo alzamos un poco más. Lo vamos equilibrando (más él que yo, por supuesto) y al cabo de un minuto lo dejamos en el suelo. Estoy sudando a lo bestia. Absolutamente empapado. Le doy un larguísimo sorbo a la cerveza. Me agradecen haberlo intentado y yo se lo agradezco a ellos por dejarme probar.
Nos hacemos unas fotos y nos despedimos con unas cuantas reverencias. Seguimos entre el gentío y un poco más adelante vuelven a proponerme otro kanto. Les digo que el grande no y me dejan uno de los intermedios. Lo agarro con las dos manos y tiro hacia arriba. Aunque pesa mucho, puedo sostenerlo yo solo, a la vez que intento estabilizarlo. Aguanto hasta que me pesan los brazos y lo dejo en el suelo. Me felicitan por ello. Nuevamente intercambio de fotografías y de reverencias. Estoy cansadísimo. Y a la vez contentísimo. Ha sido una experiencia brutal. A los 15 minutos suena el silbato y se acaba (por hoy) el Akita Kanto Matsuri. Recogen todos los kantos y desaparecen a paso ligero hacia las calles adyacentes. Vemos cómo van desmontando los kantos y cómo los cargan en unas furgonetas. En menos de un cuarto de hora se ha evaporado todo como por arte de magia. Han aparecido los camiones y han recogido las sillas y bancos.
Son
las 9 de la noche. Cerca del hotel hay unos puestos callejeros con unos yakitori de lo más apetecible. Compramos un par para cada uno junto con unas bebidas. Nos lo comemos en la calle, enfrente del hotel donde hay un pequeño grupo con un kanto. Cada agrupación (como sucede en el Aomori Nebuta Matsuri) está patrocinado por una empresa o establecimiento y una vez acaban las actuaciones principales, suelen dirigirse a hacer una exhibición donde está el mecenas. Hacia las 10 de la noche nos vamos a la cama. En nuestro oídos aún resuena la música que acompaña a los kantos. Mañana hay que madrugar para ir a ver una de las razones de este segundo viaje a Japón: el Aomori Nebuta Matsuri. Será difícil, muy difícil superar la experiencia de hoy. Veremos. ¡Sayonara!